Cuando la comida se rebela

¿Te pelearías con tu almuerzo? No, obviamente no. Claro que una ensalada o un buen filete de ternera –para aquellos que seguimos siendo omnívoros– no suelen tener la cualidad de protestar o enfrentarse a aquél que pretende hincarles el diente. Entre humanos y vampiros la cosa cambia.

Podréis imaginar –aquellos que no seáis autores, porque a buen seguro que mis colegas de profesión no necesitarán figurarlo– que cuando alguien escribe un libro siempre se deja cosas en el tintero –nunca mejor dicho-. En multitud de ocasiones por falta de espacio, otras veces porque complicaría demasiado la trama o la conduciría por derroteros que en ese momento no interesan al autor, mucho menos al lector. Lo que viene a significar que, de la multitud de cosas que nos dejamos por el camino, algunas nunca llegarán a ver la luz –otras quizá encuentren su oportunidad en una nueva novela, ¿quién sabe?.

Y este es un tema que, debido a lo apremiante de la narrativa, no tuve ocasión de tratar en profundidad en el libro. Cuando has evolucionado a un nuevo estado del ser –no lo consideremos mejor o peor sino diferente– como es el caso de convertirse en vampiro, ¿qué pensarías de las protestas y objeciones de tu comida? Hay que tener en cuenta que ningún vampiro lleva la estulticia por bandera pero, a fin de cuentas, no dejamos de ser algo similar a un suculento ágape para ellos. Huelen nuestra sangre, la sienten palpitar y su sed nunca se calma del todo. Es parte de la agonía que representa la inmortalidad vampírica. El problema viene cuando tu comida piensa, se mueve, reacciona, tiene sentimientos y no está precisamente dispuesta a dejarse engullir sin más. Es por ello quizá que elegí el nombre de la novela, porque esa lucha entre cazador y presa nos devuelve a un sentido primordial por la supervivencia.

No obstante, hay ciertos aspectos que tampoco podemos perder de vista. Un vampiro es un ser que ha mutado y alcanzando un estado diferente al anterior, ya sea por razones místicas, por fuerzas víricas –otro punto que me habría gustado desarrollar más- o por la razón peregrina que se nos ocurra. Ahora es más rápido y fuerte, sus sentidos se han agudizado hasta un extremo animal e irá descubriendo otras extrañas capacidades que escapan a la razón humana por tanto, se ha convertido en un individuo considerablemente más letal que el anterior. ¿Qué quiere decir esto? Que ha usurpado la primera posición de la pirámide alimenticia al ser humano convencional. Debido a ello podría sentirse con el derecho de dar caza y alimentarse del hombre sin demasiados intríngulis morales. La única pega, como comentaba antes, es que la comida se rebela contra ellos pero, ¿seríamos algo diferente a lo que representa un jabalí que se defiende ante la presencia del cazador y su arma? Aquí es donde entramos en claro conflicto. Si el hombre se siente conferido de la autoridad moral suficiente como para matar a su almuerzo, ¿podríamos negarle ese mismo derecho a otro ser que se considera nuestro superior?

Afortunadamente, los vampiros no existen –¿verdad?– y la Humanidad está dotada de una tenacidad que roza el paroxismo en lo que a sobrevivir se refiere.

Aún así, no me negarán que visto desde el punto de vista de un vampiro –y dejando a un lado la carga dramática que representa–, esto no les da que pensar.

En fin, seguiremos dándole vueltas a éste y otros asuntos.

No dejéis de añadir vuestros propios comentarios.

Un saludo.

Enviado por Nacho (no verificado) el Dom, 08/03/2009 - 15:35

Bueno, pues me animo con otro comentario,
 
¿Predador o presa? bien se puede resumir así este post. En fin, dificil cuestión en verdad.
 
Si nos consideramos en la pirámide -los vampiros no existen, esperemos- y con derecho sobre las especies por debajo nuestro, ¿por qué si esto no fuera cierto no podríamos pasar a ocupar su lugar? Bueno, bajo mi punto de vista hay algo que nos diferencia de las demás especies, la inteligencia, es por esto que por mucho que un vampiro sea un ser con más capacidades no creo que debieramos tratarlo como otra especie distinta, sino como un “igual”.
 
Vale, ellos no comen carne, sólo sangre, pero, incluso en tu libro se alimentan de sangre animal. esto nos lleva a preguntarnos, ¿necesitan realmente sangre humana o vale con cualquier tipo de sangre? Por lo general la imagen que tenemos de los vampiros es la de que se alimentan de sangre humana, pero ¿y si eso sólo fuera una visión romántica que propicia la literatura? si los vampiros pudieran alimentarse de cualquier tipo de sangre la cosa cambia, ¿o no?
 
Tanto vampiros como humanos somos criaturas inteligentes, por eso la comida se puede “rebelar” contra su predador, pero ¿y si el predador tuviera alternativa? a lo mejor lo único que le hace “cazar” humanos es el hecho de que representa un reto en su aburrida existencia inmortal.
 
Sea como sea, no deberíamos ser tan egocéntricos como para creernos en la pirámide de nada, a ver si se va a demostrar que no lo somos, al igual que hace siglos se demostró que no éramos el centro del universo…
 
Saludos

Hola, Nacho:
 
Gracias de nuevo por escribir. Me parece interesante eso que planteas acerca de la inteligencia. Es sin duda nuestra mayor virtud, pero también nuestro peor pecado. Precisamente debido a esa inteligencia, debería darnos vergüenza hacer algunas de las cosas que hacemos. Así que, en esta ocasión, más que un argumento a favor, bien podría jugar en nuestra contra.
 
El asunto de la sangre es tema aparte. Sin duda, un vampiro podría sobrevivir el tiempo suficiente alimentándose de la sangre de animales. Pero la riqueza del plasma humano y, fundamentalmente, esa “bestia” misteriosa a la que se hace referencia en el libro, parece impulsarles inexorablemente a calmar su sed a través del precioso líquido vital de los hombres -y las mujeres, no se nos enfaden en el Ministerio de Igualdad-.
 
La sed del vampiro es eterna, representa una agonía en sí misma, dado que nunca termina de calmarse. Imagina tener sed y que, por mucho líquido que ingirieras, siempre se mantuviera ahí, espoleándote desde el fondo de tu ser. Debe llegar a un punto en el que la desesperación haga presa en ti.
 
No obstante, no podemos ignorar esa posibilidad que apuntas. El ser humano es un desafío, sin duda alguna, para un cazador -en este caso, un vampiro-. Más aún para un cazador centenario, hastiado ya de una vida insulsa en la que poco o nada puede llegar a afectarle. A ponerle en riesgo. Hasta dónde puede llegar el aburrimiento… Pues fíjate que incluso se rumorea que hay personas que llegan a pagar grandes sumas de dinero a organizaciones mafiosas para “cazar” hombres. ¿Leyenda urbana? ¿Realidad? Quien sabe. Pero te emplazo a leer mi sexta novela. No trato este tema en particular, pero algún indicio se apunta por ahí. A mí, personalmente, no me cabe duda que haya individuos de baja estopa dispuestos a hacerlo, viendo las atrocidades que fuimos capaces de cometer en, por poner un ejemplo, los campos de exterminio, que todos conocemos en mayor o menor medida y sobre los que no citaré ejemplos para no herir sensibilidades.
 
Y puedo decirte que lo malo de ser la cabeza de algo -o el primero en algo, ahora que vivimos en una sociedad que nos incita constantemente a ser competitivos- es que siempre se está abocado a resultar depuesto o, como poco, desplazado. De hecho, que estemos en la cúspide de la pirámide alimenticia no es más que un mero accidente. De no haberse extinguido los dinosaurios, jamás habríamos ocupado esa posición. No hace demasiados miles de años, no éramos la especie dominante. Un tigre podía terminar rápidamente con la vida de un hombre que empuñara un hacha de piedra. ¿Y quién no nos dice que un día, otra especie llegue para desplazarnos una vez más?
 
Demasiados temas interesantes que necesitaríamos horas de reflexión para tratar en profundidad. Quizá algún día frente a un refresco.
 
Gracias de nuevo por tus inteligentes comentarios. Da gusto poder departir con todos vosotros, aunque sea de manera virtual.
 
Un saludo.

Enviado por Lourdes Fernández (no verificado) el Lun, 09/03/2009 - 10:29

El asunto de la “rebelión de la comida” vuelve a colarse entre mis preocupaciones existenciales, como siempre, de la manera más inesperada: en este caso, a través del blog de DIARIO DE UN CAZADOR.
 
La primera vez que reflexioné sobre este tema, tenía cinco años. Recuerdo que acababa de zamparme un suculento plato de pollo al ajillo con patatas fritas, cuando caí en la cuenta de que no había visto en todo el día al pollito pintado de rosa fucsia que me habían comprado en el mercadillo (que ya se había convertido en un gordo pollo de plumaje blanco y varios kilos). Cuando me dijeron que estaba en la cazuela, empecé a llorar y no paré hasta varios días después. Fue entonces cuando saqué la conclusión de que estaba mal, pero que muy mal, comerse animales domésticos con los que te has encariñado.
 
Esta inquietud filosófica regresó años después, cuando estaban poniendo en televisión la serie V, la de los lagartos extraterrestres que pretendían convertirnos en su comida. Entonces vi muy claro que estaba fatal eso de comerse a seres racionales.
 
Más recientemente, debido a mi profesión, he tenido la oportunidad de conocer a muchos niños que son “vegetarianos naturales” (rechazan la carne y forman parte de familias en las que no hay vegetarianos). Sus argumentos: “Los animales son amigos, no comida” o ” Me da repelús comerme algo que estaba vivo”. Puede que las generaciones más jóvenes nos den algún día una lección al respecto. De momento, con permiso de vampiros y lagartos extraterrestres, estamos en la cúspide de la pirámide alimenticia… (pausa inquietante). Por ahora…

Hola de nuevo, Lourdes:
 
¿Me aceptas un no-premio a la fidelidad como muestra de gratitud por ser la participante más activa en el blog? De veras, mil gracias.
 
Puedo comprender a la perfección esos traumas infantiles que nos explicas. A día de hoy, soy incapaz de comer caracoles, por poner un ejemplo, dado que fueron mis compañeros de juegos infantiles. Del mismo modo, encuentro reparos en disfrutar del sabor del cangrejo. Habiendo nacido en tierras marineras, imagina la de veranos que jugué con ellos en la costa. Y, sin lugar a duda, desprecio la caza y no comprendo a los cazadores que son capaces de abatir a una presa sin sentir remordimientos, o a los pescadores por la agonía que provocan a los peces al pescarlos. Y sin embargo, sé que cumplen una función y por ello, debo respetarlos… aunque no comprenda y, desde luego, no comparta su afición.
 
La Naturaleza es cruel y, a la mayor parte de los niños -y a los que un día fuimos niños- se nos enseñó a amar y a respetar a los animales, no a verlos desde un punto de vista práctico. Se nos animaba a cuidarlos y a protegerlos. Eso no quiere decir que tengamos que hacernos todos vegetarianos, necesariamente, pero sí es una costumbre que tiende a generar conflictos. Y comprendo que haya niños que rechacen de manera natural la ingesta de carne. ¡Diablos, incluso un carnívoro como yo, encuentra reparos en algunas ocasiones! Afortunadamente, no me crié en una granja y, sobre todo, como he comentado en más de una ocasión a los amigos, no tengo que cazar mi propia comida. Llegados a ese punto, tengo claro que terminaría alimentándome de frutas y verduras. O quizá no. La naturaleza humana llevada al extremo -como puede ser un hambre canina- puede llegar a sorprendernos aún. Así que, no me queda más que desear que no nos veamos en esa tesitura.
 
Pero, desde aquí, un saludo para todos los vegetarianos y mi más sentido respeto por sus costumbres alimenticias.
 
Y, como le decía a Nacho en el comentario anterior, coincido nuevamente contigo. Estamos a la cabeza de la pirámide alimenticia… de momento.
 
Un saludo y gracias por compartir experiencias con nosotros. Siempre es un placer.