He tenido el placer de asistir, en calidad de vicepresidente de la Academia Malagueña de las Artes y las Letras, a una reunión cuyo objeto es la beatificación del Dr. José Gálvez Ginachero. Agradezco a los promotores de la causa el hecho de contar con la Academia en este acto que, considero, está plenamente justificado.
Pero antes de elevarlo a la posición de beato o santo, convendría cerciorarse de si sus conciudadanos recuerdan o, en el peor de los casos, conocen a tan insigne prohombre de la ciudad de Málaga.
A modo de introducción es importante reseñar que don José Gálvez Ginachero dejó su impronta en muchos aspectos de aquella Málaga en que vivió, pues fue un hombre de grandes inquietudes e intensas actividades profesionales y vocacionales que a lo largo de su vida se implicó en muy diferentes ámbitos. No solo poseyó una aguda inteligencia (que supo encauzar) y una capacidad de trabajo asombrosa, así como una Fe inquebrantable, sino que estuvo dotado de gran piedad, caridad sincera y bondad que no dudó en destinar a sus prójimos.
Desde esta web, me gustaría hacer un breve (brevísimo, porque la historia de don José da para mucho) repaso a su vida:
José Gálvez Ginachero nace el 29 de septiembre de 1866 en la ciudad de Málaga, hijo de don José Gálvez y doña Carmen Ginachero Vulpius.
Cursa sus estudios primarios en el Colegio de San Rafael, destacando como alumno aventajado, obteniendo múltiples diplomas e incluso la medalla de plata al Premio a la Aplicación de la Diputación Provincial de Málaga. Terminada la primaria, ingresa en el Instituto General y Técnico de Segunda Eseñanza de Málaga, donde logra excelentes calificaciones y se gradúa con el título de Bachillerato, en calidad de sobresaliente, por la Universidad de Granada el día 11 de mayo de 1882.
Dotado de una inteligencia viva y una avanzada madurez que no corresponde a su juventud, nace en José la vocación sacerdotal, aunque también le llama la carrera de Arquitectura. Es doña Carmen, su madre, la responsable de convencerle de que estudie Medicina, achacando esa vocación a una decisión precipitada, fruto de la juventud. Aunque José seguirá los consejos maternos, nunca apagará esa llama de servicio a Dios y a sus semejantes. Así, se matricula en la Universidad de Granada obteniendo en el primer curso matrícula de honor en todas las asignaturas, una tónica habitual que marcará su expediente académico durante el resto de la carrera, que finalizará en la Universidad Complutense de Madrid, a la edad de 24 años (1890) con Sobresaliente Cum Laude.
Ya en calidad de médico, realiza una peregrinación por diversas instituciones médicas de Europa, amplía sus estudios en París (siendo discípulo del Dr. Pinard, el Dr. Varnier y el Dr. Farabeuf, entre otros grandes maestros) y en Berlín (con los médicos Olsausen y Vert).
En lo personal, su carácter, fuerte y marcado por una voluntad férrea, destilaba influjos del temperamento alemán, parquedad en la expresión, pero también humildad y carencia absoluta de vanagloria (que arrastrará a lo largo de su vida, a pesar de la cantidad e importancia de puestos que desempeñará). Hombre recto y severo, supo sin embargo desprender cariño y afabilidad hacia todos cuantos le rodearon. Dicen quienes le conocieron, que no escaseaba en sentido del humor, caracterizado por la agudeza, eso sí, y que era gran amante del ejercicio físico, convencido de la célebre frase mens sana in corpore sano. Lo que le llevó a practicar a diario ejercicios (hábito que también le acompañará el resto de su vida, incluso estando preso por causas de la Guerra Civil). Del mismo modo, aseveran los testimonios que sus lecturas se basaron siempre en libros científicos y que jamás leyó novela ni poesía (vaya aquí mi pequeño tirón de orejas, don José, que la procesión y la profesión van por dentro).
De regreso a Málaga, el 27 de noviembre de 1893, ingresa como médico de Obstetricia en el Cuerpo Facultativo del Hospital Civil Provincial (del que sería director años más tarde). El 7 de enero de 1895 aprueba las oposiciones de Cirugía. En su especialidad de Ginecología, cabría destacar que el Dr. Gálvez Ginachero fue el primer cirujano en practicar en Andalucía la cesárea post mortem. El 13 de julio de 1898 salvó así la vida de una niña (conocida con posterioridad como “La niña de la ciencia”) de la que sería padrino de bautismo.
Mantuvo y cultivó sus profundas convicciones religiosas. Perteneció a la iniciativa Adoración Nocturna (que presidió y también vicepresidió, con un interruptus por cuestiones de la guerra). Visitaba a diario a la Virgen de los Salesianos, María Auxiliadora y al Santísimo, que alentaron en él una profunda piedad, una responsabilidad y capacidad de trabajo asombrosas y una caridad inherente que le convirtieron en un hombre querido y apreciado por sus coetáneos. No solo oraba a diario en casa, como buen cristiano, sino que incluso lo hacía por las almas de los operados durante las intervenciones en el quirófano.
Fundó una clínica privada en la que atendía gratuitamente a los enfermos que no podían ser tratados por falta de medios, espacio o personal en el Hospital Civil. Además, junto a Félix Corrales Aparicio, expandió el catolicismo obrero en los pueblos del Valle del Guadalhorce y la zona occidental de la Costa del Sol, creando cooperativas, fundando cajas de ahorro y adoptando medidas beneficiosas, como los créditos agrícolas. También realizaron una labor socio-educativa bastante significativa mediante la fundación de escuelas nocturnas (para los trabajadores analfabetos, algo desgraciadamente muy extendido en la época) y colegios para los niños.
Fue presidente del Colegio de Médicos de Málaga, director de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo (con los consabidos interruptus antes mencionados por causas políticas), director del Hospital Provincial y del Hospital Civil, decano de la Beneficencia Provincial, director de la Casa de Maternidad de Madrid y, para remate de los cargos acumulados, Alcalde de Málaga (3 de octubre de 1926, sin militancia en partido político alguno y con gran proliferación de obras en beneficio de la ciudadanía: red de alcantarillado, mejora y acondicionamiento de la red de aguas, pavimentación de calzadas y aceras, escuelas, instalaciones deportivas y hospitales. Incluso le pilló en el cargo la Exposición de Málaga del 17 de agosto de 1924, que tuvo gran eco nacional e internacional). Todo esto, condujo a que algunos detractores presentaran desde la Junta Directiva del Colegio de Médicos una moción de censura contra él. Quien mucho abarca, poco aprieta, dice el refranero popular, y sin poner en duda la enorme capacidad de trabajo del Dr. Gálvez, ya citada anteriormente, el tiempo necesario para simultanear todas estas titularidades era, sencillamente, inexistente. Si puede atribuírsele un fracaso a don José, quizá sea este, el hecho de no saber delegar en sus allegados. Aún así, el cabildo municipal le dedicó estas bellas palabras: puso toda su buena voluntad e inteligencia al servicio de los intereses de Málaga, sacrificándose moral y materialmente en el desempeño de su cargo. Estos desvelos le sirvieron para ser nombrado Alcalde Honorario de la ciudad.
Desprendido en lo material, no solo practicaba la medicina caritativamente, sino que incluso llegó a renunciar a su herencia paterna a favor de su hermana viuda.
Entre sus logros más destacados, está el hecho de mediar con doña Amalia Loring (marquesa de Silvela) para financiar el arreglo de la antigua Casa Maternidad e Inclusa de la Calle Mesón de Paredes, en Madrid (un edificio ruinoso que estaba a cargo de la Diputación Provincial de la capital) y que, gracias al Dr. Gálvez, se convirtió en la Casa y Clínica de Maternidad de Madrid, primero y después, gracias a la marquesa, con intervención de la Reina Doña María Cristina, en la Casa de Salud de Santa Cristina (inaugurada por el Rey Alfonso XIII en 1924). ¿Quién fue nombrado director? Don José, por supuesto. Ya he mencionado que eso de delegar funciones y responsabilidades no iba con él. Sea como fuere, la verdad es que gracias a Gálvez Ginachero la vieja maternidad se convirtió en una moderna institución, modelo de su tiempo y cuya fama ha alcanzado nuestros días.
Adiestró teórica y prácticamente a las matronas y comadronas, convirtiéndolas en verdaderas auxiliares de los médicos de la época y, de nuevo con intervención de doña Amalia Loring, fundó las Escuelas de Matronas de Madrid y de Málaga. Del mismo modo, junto a Francisco García Guerrero, construyó la Casa de Socorro Modelo. Sin duda, era un hombre adelantado a su tiempo.
También ayudó a fundar en Málaga las Escuelas del Ave María, destinadas a ayudar a los niños de clases más desfavorecidas de la ciudad (que iniciaron su andadura gracias a la herencia de María Moll, esposa difunta del galeno).
Comentario a parte merecen sus vivencias durante los años convulsos de la II República y la posterior Guerra Civil. Irónicamente, este hombre, entregado a mejorar y salvar la vida de sus conciudadanos, se vio obligado a cesar (cuando no fue obligado a dimitir o fue directamente destituido por el presidente del Gobierno Provisional Republicano, de manifiesta trayectoria antirreligiosa y anticlerical) en multitud de tareas. El Dr. Gálvez fue detenido el 10 de agosto de 1932 por ser sospechoso de conspirar contra el régimen. Su detención duró tres días, siendo liberado gracias a un informe proveniente de Madrid que alegaba su inocencia, sumado a una clamorosa manifestación protagonizada por los enfermos de lepra, que le profesaban un gran cariño. La injusta detención obliga a don José a eliminar cualquier conexión o cargo relacionado con la política, lo que llevó a su dimisión como decano y director del Hospital Provincial. Y aún no había estallado la guerra…
A los pocos meses de declararse la Guerra Civil, nuestro buen doctor es detenido por una patrulla republicana que le conduce al cuartel de la FAI (instalada en su querido colegio de los Salesianos) y es sometido a un terrible interrogatorio. El “tribunal” le insultó, lo tachó de burgués y le acusó, fíjense ustedes, de vivir a costa de la sangre de los pobres. Uno de los tribunos tiene la osadía de preguntar si “¿usted trabaja?”, a lo que José, haciendo gala de una sangre fría pasmosa, responde: «Más que vosotros, que seguramente habréis nacido en mis brazos a altas horas de la noche y después, al llegar el día, a pesar de ello, yo he continuado mi trabajo en el hospital curando las enfermedades de vuestras madres. Vosotros tenéis horas fijas de descanso: yo no». Tan admirados quedaron los anarquistas con su respuesta que, tras comprobar la declaración, lo pusieron en libertad y lo condujeron de regreso al sanatorio.
Además de estos desagradables sucesos y de los horrores que tuvo que contemplar (como el resto de españoles de la época) por causa de la contienda, el momento más doloroso para el doctor debió ser cuando su hija Josefina, casada con el célebre capitán de aviación don Carlos de Haya González, leal al bando nacional, se convirtió en rehén de los rojos y fue encarcelada en los sótanos del Gobierno Civil estando embarazada de mellizos. Después, fue trasladada a Valencia y, finalmente, canjeada por el prisionero nacional Arthur Koestles (escritor británico de origen húngaro, espía, colaborador del mismísimo Stalin y miembro del Partido Comunista). Tanto Josefina como María del Carmen (casada con el laureado aviador Joaquín García-Morato Castaño), quedaron viudas siendo muy jóvenes.
Don José Gálvez, por su parte, siendo hombre creyente y de fuerte convicción humanitaria, salvó la vida de muchos malagueños de uno y otro bando, a quienes ocultaba en su clínica haciéndolos pasar por enfermos o por los que intercedía ante el Gobierno Civil.
Una vida apasionante, basada en el trabajo, en el amor al prójimo… una vida que, de haber nacido en otro país con más memoria y orgullo, habría sido reconocida hace largo tiempo.
Retomando su biografía, el día 29 de septiembre de 1946, cumple 70 años y es jubilado forzosamente el 10 de octubre de ese mismo año alegando razones de edad. Diez años después, el 30 de septiembre de 1946, la Diputación Provincial y el Cuerpo de Médicos de su Beneficencia le dedican un sentido homenaje en el hospital. El 5 de octubre de ese año se crea el Premio Gálvez Ginachero, de celebración anual, al mejor trabajo inédito, de tema libre y sin límites de extensión.
Fallece a los 86 años de edad el día 30 de abril de 1952, tras la visita del obispo de la ciudad, Ángel Herrera Oria, que más tarde llegaría a ser cardenal. La capilla ardiente se instala en la iglesia del Hospital Civil Provincial y don Ángel celebra la misa corpore insepulto, diciendo del médico: «Ornamento y gloria de su ciudad natal, sigue, después de muerto, haciendo bien a sus convecinos, porque el recuerdo de sus virtudes y la imagen perenne de su vida ejemplar e inmaculada son, para todos los malagueños, una exhortación constante a pasar por este mundo como pasó él, fue discípulo del divino Maestro, derramando beneficios».
Su sepelio constituyó una rotunda manifestación de duelo, especialmente entre las clases populares que tanto benefició en vida.
Don José se retiró de este mundo repartiendo su patrimonio entre sus familiares y las innumerables obras benéficas en las que estaba involucrado y otras tantas con las que nada tenía que ver. A sus hijos no les legó prácticamente ningún bien y lo explicó en su lecho de muerte con las siguientes palabras: «Como lo he ganado, lo he gastado. Calificadlo de vanidad o de caridad».
Su majestad, don Alfonso XIII le concedió la Gran Cruz del Mérito Militar con distintivo blanco por su labor altruista y comportamiento patriótico con los heridos de la campaña de Marruecos (1922) y Málaga le levantó un monumento en los jardines de la fachada norte de la Catedral (nuestra Manquita), frente al hospital que lleva su nombre y que fue su residencia (y en la que tuve el privilegio de nacer hace ya unos cuántos años). Bajo el busto, obra del escultor Adrián Risueño, reza la frase: “Al Doctor Gálvez Ginachero, insigne malagueño que consagró su vida al servicio de España, de la Ciencia y de la Caridad Cristiana. Mayo, 1944”.
En 1947 se le concede la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio y en 1952 el Consejo de Ministros le otorga la Medalla de Oro del Trabajo. Para dar otra pincelada al talante de nuestro querido médico, cuentan que cuando el ministro le fue a imponer la cruz, estando ya muy enfermo el receptor, le preguntó si deseaba alguna cosa. Don José le respondió: «Una borriquilla para las Hermanitas de los Pobres. Como se ha muerto la que tenían, ya no pueden hacer la compra y la necesitan».
Realizó varios artículos y publicaciones de enorme calado a nivel médico y gran prestigio nacional e internacional. Ofreció diversas conferencias e incluso llegó a prologar el libro de algún que otro insigne colega.
En resumen, Don José, el Doctor Gálvez Ginachero, fue un gran hombre, talentoso, piadoso, laborioso y motivado por la preocupación y el bien común, especialmente de pacientes y personas desfavorecidas. Dejó su huella en la ciudad de Málaga y encumbró su nombre con su buen hacer.
¿Merece o no merece este proceso de beatificación que algunos solicitamos? Yo creo que sobradamente, amigos míos, pero me atrevo a decir más. ¿Para cuándo será nombrado Hijo Predilecto de la Ciudad de Málaga? ¿No merecen sus esfuerzos esta humilde recompensa? Probablemente, don José, lejos de vanagloriarse de sus logros en vida, tampoco lo reclamaría para sí. Por eso es responsabilidad de los malagueños que le continuamos, pedir esto en su nombre. Sin lugar a dudas, nuestro querido José bien lo merece.
Página web de la Asociación Probeatificación de Don José Gálvez Ginachero: http://www.galvezginachero.es/
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