El tren pasó...

El tren pasó y dejó atrás mi estación para siempre. Tú ibas a bordo. Uno ochenta, demasiada estatura para algo tan hermoso. Ojos azules, pelo rubio, descendiente de los mismos dioses nórdicos y de raíz sevillana por obra y gracia de un Dios caprichoso, para desdicha del corazón que late en este pecho dolorido.

Quiso el destino anular tu compromiso. Quiso el destino plantarte en mi camino cuando más falta me hacías y quiso el destino, amante ingrato de corta memoria, borrarte de mi existencia, haciéndote subir a ese tren que pasaría demasiado rápido como para permitir arrepentimientos.

Desde tu ventana, la Giralda fue testigo de nuestro amor y todo el sur se regocijó con las bendiciones de los aromas de azahar y el jazmín que prendaron la primavera y el verano de un año que jamás olvidaré… y han pasado unos cuántos desde entonces; diez largos inviernos oscuros y fríos, solitarios, decadentes, interminables... ¿Volverá la primavera a lucir exuberante en algún jardín que no sea el de mi memoria? ¿Volverá el tren, ese tren maldito, a traer tu mirada limpia hasta la mía? ¿Volverán las oscuras golondrinas…? No, esas no volverán.

El tiempo transcurre con parsimonia, tedioso, y aún me falta el azul de tu pupila, añoro en secreto tus palabras, que guardo celosamente como un tesoro, y maldigo la melancolía que me persigue como una sombra alargada, que no me deja recuperar el aliento ni sanar la herida, porque si he amado, fue solo a ti, si he perdido, fue solo a ti, y no hay modo de retroceder el tiempo, de extorsionar a las agujas del reloj para recuperarte.

Tanto transcurrido, tanto vivido y tu ausencia sigue doliendo como el primer día. Serás siempre para mí el primer amor, la historia que no pudo ser, la gran posibilidad que jamás encontrará respuesta a sus incertidumbres, secreto susurrado a los pliegues de mi almohada, vedado para oídos curiosos. Serás para mí ese tren que marchó de la estación antes de que mi voz quebrada pudiera detenerlo.

Sin duda alguna, el tren pasó...