Hasta la vista, Francisco.

Grande y generoso, las dos ges, como está mandado en esa otra que es el empiece de genio, como solo pueden ser los mejores, Francisco Castellano nos ha abandonado dejando un hueco imposible de llenar.

Pintor indescriptible, domador de letras, poeta, contador de cuentos, novelista y, en el breve tiempo que pude disfrutar de él, un amigo entrañable. Gran conversador, inteligente hasta el extremo, divertido, amante de la buena mesa, dotado de una humildad que no hacía sino engrandecerle, pero, por encima de todo, generoso, tremendamente generoso.

Como siempre ocurre, nos han quedado cosas pendientes. He perdido la posibilidad de recorrer junto a ti la biblioteca que lleva tu nombre con orgullo merecido. Tampoco podré invitarte a almorzar en otra ocasión, sin que supieras tú que el favor me lo hacías a mí, cuando compartías tu dilatada experiencia en la vida y tus bromas repletas de locuacidad.

El arte y las letras malagueñas están de luto y deben sumarse al dolor de la pérdida que sufre en estos momentos su familia, porque tienen una enorme deuda con Francisco.

Escribo estas letras con el corazón encogido. Se me ha enlutado la tarde, se me ha ido un amigo querido. Jamás podré pagar su desprendimiento al aceptar presentar mi segunda novela en uno de los actos más bellos en los que he participado.

A buen seguro, La Niña Amarilla derretirá sus Colores Hacia la Noche recordándote.

Gracias por todo, maestro.