Entre todos la mataron y ella solita se murió

El Partido Popular abandona el gobierno de la nación y no de manera poco vergonzante, tanto por las formas, como por los muchos escándalos que deja tras de sí y que han conducido a esta situación.

Los constantes casos de corrupción que han rodeado a la fuerza política han tenido, sin lugar a dudas, mucho que ver en los momentos que estamos viviendo. Esto no quiere decir que otras fuerzas no tengan escándalos semejantes en un número parecido, sino que la vileza de los medios de comunicación, claramente adheridos a una ideología concreta, han empleado sus artimañas con el fin de inclinar la balanza en un sentido de nuestra vertiente política (¿Algún periodista recuerda lo que quiere decir objetividad?)

A mí, personalmente, me importa un bledo de dónde venga el chorizo o con qué colores se vista, lo que quiero es que vaya a donde le corresponde y, sobre todo, que devuelva lo sustraído. De paso, a ser posible, no estaría mal inhabilitarlo para ocupar un cargo público de por vida (¿esto no lo ha pedido nadie?)

               Entre tantos dimes y diretes, hete aquí que tenemos al incombustible (hasta ahora) señor Rajoy. Se marcha usted a casa, señor Rajoy, y dudo que con la cabeza bien alta. Es cierto que ha cumplido con algunos cometidos fundamentales que nos han permitido zozobrar –que no remontar– en la marea del duro periplo que hemos atravesado –y del que aún no hemos escapado del todo: la tan traída y llevada crisis económica (cuyo origen y fundamento daría para muchos artículos de opinión), pero por orgullo, por firmeza mal entendida o por alguna cuestión que a este que suscribe se le escapa, usted no ha realizado una elegante renuncia a su cargo, que nos hubiera evitado los males mayores que ahora nos acontecen. En otras palabras, señor Rajoy, usted podría haberlo evitado. Podría haber evitado este atentado contra la democracia. Podría haber evitado que los enemigos del Estado se colaran en las instituciones, esas mismas que pretenden destruir desde el interior para cumplir sus fines. Podría haber evitado que una nación antigua y orgullosa lama el fango… con un sencillo gesto. Ha dicho que ama España, que todo lo que ha hecho ha sido por el bien de la nación y yo le pregunto… entonces, ¿por qué?

               Su decisión deja a los españoles condenados a galeras, abandonados a su suerte. Todo cuando pase, será tan responsabilidad suya, como de aquellos que lo perpetren.

               Qué razón tenía aquél…

               Entre todos mataron a la democracia, y ella solita se murió.