Atocha: Estación desesperanza

Cuando falleció Almudena Grandes guardé silencio.

Cuando el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, la nombró hija predilecta de la ciudad para conseguir el voto favorable de una parte de la izquierda y lograr así que sus presupuestos salieran adelante, guardé silencio.

Ahora, el Gobierno de España ha decidido renombrar la Estación de Atocha agregando el nombre de Almudena Grandes y ahora, ya no puedo callar por más tiempo.

Si he callado durante todos estos meses es porque a mí se me enseñó a respetar y honrar a los fallecidos. Si guardé silencio fue por respeto a su esposo e hijos. Así que voy a intentar ser lo más aséptico posible en mis opiniones sobre ella y no entraré a valorarla como persona o como profesional, únicamente me centraré en la razón por la que creo que Almudena Grandes no merece que su nombre aparezca junto al de la Virgen de Atocha.

La labor como articulista de Almudena Grandes es bien conocida. Se ha prodigado con una amplia cantidad de escritos, fundamentalmente en el periódico El País.

Estas son dos de sus intervenciones, que como poco, encienden la vehemencia y el ánimo de media España y, considero yo, de cualquier persona con un mínimo de sensibilidad y empatía.

Así, en su columna titulada México (24/11/2008, El País) dice la escritora:

Un tribunal ha constatado la muerte de Franco. Qué risa, dicen algunos. Yo prefiero reírme de otras cosas. "Déjate mandar. Déjate sujetar y despreciar. Y serás perfecta". Parece un contrato sadomasoquista, pero es un consejo de la madre Maravillas. ¿Imaginan el goce que sentiría al caer en manos de una patrulla de milicianos jóvenes, armados y -¡mmm!- sudorosos? En 1974, al morir en su cama, recordaría con placer inefable aquel intenso desprecio, fuente de la suprema perfección. Que la desbeatifiquen, por favor. A cambio, pueden beatificar a Bono, porque la pequeña vanidad de su implante capilar es pecado venial frente a tamaña perversión.

Nadie pareció querer aclararle a la señora Grandes que las palabras de la madre Maravillas hacía referencia a la cita de San Juan de la Cruz, doctor de la Iglesia Católica, y profundo místico, no a un “contrato sadomasoquista”. Estas palabras hacen referencias a la espiritualidad y al arrebato divino, en ningún caso al maltrato físico. Comprendo que es algo que suele escapar al materialismo que suele caracterizar a la izquierda, pero se espera de una intelectual que sea capaz de trascender las fronteras de la literalidad.

A renglón seguido, empleando estas palabras como mofa, hace una broma de bastante mal gusto sobre la beata religiosa. En este punto hay que decir que no solamente se trata de reivindicar lo sucedido a la madre Maravillas y sus hermanas carmelitas, si no que no fueron pocas las monjas violadas, torturadas y asesinadas por la milicia republicana durante la Guerra Civil de España. En total, estos milicianos dieron “el paseíllo” a 13 obispos, 4184 sacerdotes, 2365 frailes y 300 monjas. Estos son los muertos, no hablemos del resto de tropelías, no sea que actúe contra mí la Ley de Memoria Histórica (o histérica) del gobierno.

Imagino que aquí el feminismo guarda un prudente silencio, dado que estas pobres víctimas eran religiosas, por tanto, no son mujeres dignas de ser defendidas o reivindicadas. Si sumamos a esto que los agresores eran de izquierdas, obtenemos como resultado que no puede haber delito alguno, dado que el bando republicano estaba compuesto por seres de luz, luchadores por la libertad incapaces de hacer mal alguno a nadie, mucho menos a un grupo de monjas desarmadas y aterrorizadas.

Milicianos tras la detonación de El Sagrado Corazón de Jesús

No contenta con esto, en otra de sus columnas, en este caso la titulada Paracuellos (23/09/2012, El País), la señora Grandes define la matanza de 5000 hombres, mujeres y niños (276 menores de edad) por parte de Santiago Carrillo como una “anomalía histórica y moral”. Nada más que añadir, señoría.

Hay más razones, por supuesto, porque la señora Grandes no se limitó a dos artículos, pero creo que estos dos ejemplos, quizá los más sangrantes, dictan por lógica que el 50% de la población española no estará a favor de que el nombre de la escritora figure junto al de la Virgen de Atocha en la famosa estación madrileña.

Como muy inteligentemente señaló Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid: “La estación ya lleva el nombre de una mujer: La Virgen”.

También me gustaría señalar que esta necesidad de poner nombres femeninos a lugares insignes no puede ser forzada y que hay miles de ejemplos de calles, plazas y lugares emblemáticos que llevan el nombre de mujeres insignes (hago énfasis en insignes), repartidos por toda la geografía española, porque siempre ha habido grandes mujeres, como siempre ha habido grandes hombres. Eso es la igualdad y la única que tiene la potestad para reseñarlo es la Historia, no el gobierno de turno.

Y yo me pregunto, ¿por qué nuestro querido gobierno no renombra la estación como “La madre que os parió a todos” y así zanjamos la cuestión? De esta manera podríamos dejarnos de gilipolleces que cuestan un dinero que no tenemos (cartelería, locuciones y señalización nuevas) y que fuerzan la mano o resultan insultantes a la mitad de esa otra España que no existe para el gobierno social-comunista.