Caminante, no hay camino…

El camino… El camino es otro valioso recurso narrativo que ha servido de medio introductorio para cine, literatura y televisión por igual, tanto como el reloj del que ya hablé hace unas semanas. El camino, ese misterioso aliado –en ocasiones enemigo– que nos permite ir y venir a nuestro antojo o al de otros. El camino, como una línea eterna, serpenteante, que atraviesa el mundo, une y aleja a partes iguales, bendito y maldito, dependiendo de la suerte del caminante y de aquello que deja atrás o con lo que se reencuentra. El camino…

Estaba yo reflexionando acerca del comienzo de mi próxima novela, El Vuelo del Cisne –que aparecerá también de la mano de Aladena–, cuando reparé en que, tanto ésta como Diario de un Cazador – Linaje comienzan con ese camino que conduce a un destino incierto. El autoplagio es una de las cosas con las que los autores más cuidado debemos tener y, en este caso, quedaría doblemente patente por ser el inicio de las dos primeras novelas firmadas por un servidor que verán la luz pero, en estos casos en concreto, no se trata de esto. Ambos fueron seleccionados por la misma razón: ser el comienzo perfecto que sirve de alegoría para conducir el destino de sus protagonistas, esos caminantes ignorantes que emprendieron el camino sin saber dónde podía conducirles éste. Y vaya si tiende a cambiar la vida de quienes lo toman.

Hagamos otra reflexión. Como es normal, las novelas, al igual que otras aventuras narrativas, seleccionan un período de tiempo concreto, un momento en el espacio y en el tiempo que narra una historia determinada –que los que escribimos queremos creer de interés– y quedan así congeladas para que todos podamos leerlas y extraer nuestras propias conclusiones. Cada libro es, por tanto, un segmento de la vida de los protagonistas, una frágil porción de su camino que el autor aísla con una intención ulterior.

Siempre recordaré una frase de Bilbo Bolsón, protagonista de El Hobbit del británico J.R.R. Tolkien. La cita decía, palabra más, palabra menos, tal que así: “Ten cuidado cuando pongas tus pies en el camino, pues nunca acertarás a decir dónde puede conducirte” y razón no le faltaba al bueno de Bilbo.

El camino ha sido medio aleccionador, como podríamos observar en los –supuestamente– infantiles relatos de Alicia en el País de las Maravillas o El Mago de Oz, pues el camino es conductor y salirse de él es harto peligroso. También tenemos ejemplos en la parte más lúdica de nuestra tradición popular, como es el Juego de la Oca, que no es sino un enorme camino –iniciático, dicen algunos, quizá con ojos más entrenados que los de los vulgares profanos en la materia– que recorre un sendero comparable al Camino de Santiago, y más allá de sus bordes: el mal, lo desconocido, la sombra, la negrura, el espeso bosque y la muerte. Era lección imprescindible que aprender eso de no salirse jamás del camino, pues fuera aguardaban malas experiencias para los incautos, pero ¿qué hay de los que continúan la ruta?

Convertimos la vida en una camino, los estudios en cursos o en carreras, la senda en la particular vía que conduce al corazón, a la pareja y los amigos en compañeros de viaje, y tantos y tantos otros casos de los que no tomaré nota aquí por no alargar innecesariamente este artículo pero que, a buen seguro, ya rondan vuestras mentes.

Aunque son bien diferentes –por no decir que nada tiene que ver la una con la otra–, El Vuelo del Cisne y Diario de un Cazador – Linaje, también comparten este elemento en común, pues el camino es incertidumbre, purificación, voluntad, esperanza y finalmente, destino ineludible que marca nuestro carácter con las vivencias que encontramos en su transcurrir de tal modo que, cuando llegamos a la meta, hemos mutado, evolucionado y enriquecido a través de la experiencia.

Dicho esto y a la espera de daros fechas definitivas sobre firmas, presentaciones y demás, no me queda más que desearos que tengáis cuidado al poner vuestros pies en el camino… ¿quién sabe a dónde puede conduciros?

Reflexiones de un loco escribano.

Un saludo a todos.