La insoportable inmortalidad del ser

Si hay algo que ha conmovido y preocupado al ser humano desde que cobró razón suficiente como para entender el concepto mismo esa es, sin lugar a dudas, la inmortalidad o lo que es lo mismo, su propia mortalidad.

Hemos desarrollado millares de obras tratando la materia. Podríamos llenar más de una Biblioteca Nacional con todos los códices, poemas y literatura en general que ha versado sobre el hecho. La pintura también ha dado sus frutos, sin mencionar la escultura o la música y, ni que decir tiene, el cine.

Es algo intrínseco al hecho de ser humano dar vueltas y más vueltas a nuestra propia caducidad. Por ello, algunos ponemos nuestras esperanzas últimas en la inmortalidad del alma o en la eternidad del espíritu –que como diría la folclórica, “es lo mismo, pero no es lo mismo”– y otros, más alejados de la Religión y más cercanos a la Ciencia, esperan poder llegar a ser inmortales a través de la eugenesia y los tratamientos celulares. Incluso hay quien decide almacenar su cuerpo y el de sus seres queridos en sarcófagos fríos con la esperanza de regresar algún día a un mundo que les acoja siendo infinitos. Quizá algún día… nunca se sabe, pero yo no pienso esperar tanto.

Perteneciendo a una categoría más cercana al pensamiento religioso, me considero bastante escéptico con respecto a esa vana esperanza de alargar nuestras vidas gracias a los procesos del ADN, las células mitocondriales o vaya usted a saber qué cosas. A mí que me dejen reposar tranquilo llegado el momento, que bastante cansada resulta una vida en carne y hueso como para que encima nos la hagan eterna.

Digo yo que la espiritual será, valga la redundancia, más etérea y a causa de ello más liviana –o al menos más llevadera-. De no ser así, espero que haya libro de reclamaciones en la Eternidad.

Pero estos pensamientos (nada carentes de humor) me sirven de introducción para el tema que quería tratar hoy: la inmortalidad. ¿Una bendición o una maldición?

Quien habla de vampirismo –y Diario de un Cazador - Linaje lo hace, claro está– no puede eludir tan sesudo asunto. La inmortalidad ha sido siempre un rasgo característico de los hijos de las tinieblas. Quizá por su estrecha relación con la ingesta de sangre, el fluido vital que corre por las venas de seres humanos y animales. Desde tiempos remotos –algunos de ellos pertenecientes a la mal llamada etapa del oscurantismo medievallos hombres hemos dado una importancia esencial a la sangre, pues es ella la que hace funcionar nuestros cuerpos. Hay multitud de ejemplos a lo largo de toda nuestra Historia y Mitología. Véase el caso de la sangre de Neso , el centauro que, según palabras dichas a Deyanira, contenía un elixir de amor y en realidad era un mortal veneno con el que pretendía asesinar a Hércules , esposo de esta última. Cercana en lo que a mitos se refiere se encuentra también la sangre de Medusa , la Gorgona , de la que nació cierto caballo alado por todos conocido, un gigante e incluso ayudó a resucitar a más de un héroe fallecido. No podemos olvidar la sangre de los dragones, misterioso fluido que obraba prodigios. Pero alejémonos de la mitología, porque caigo en la tentación de desatar mi pasión por el tema y desviarme del asunto en cuestión.

Volvamos a la Historia, que también tiene lo suyo. Grabada en piedra quedó la importancia cultural de la sangre en ciertas civilizaciones antiguas. No hay más que coger cualquier libro que hable de los celtas o los aztecas para darse cuenta de ello. Entre las ruinas de los viejos circos queda aún la arena imperecedera empapada por los juegos de gladiadores y bestias. La sangre de ciertas divinidades queda patente por su importancia, véase la propia sangre de Cristo, y multitud de otros ejemplos que tornarían el artículo interminable.

En nuestra civilización moderna aún es sinónimo de salud y en terrible dualidad, portadora de enfermedades. Incluso hay ciertos contubernios religiosos que niegan la transfusión a sus seguidores, por ser la sangre algo de suma importancia relacionada directamente con Dios, Dador de vida y Señor del destino de los hombres.

Por ello, no es de extrañar que el vampirismo se basara en su extraño culto. El líquido escarlata ha sido, es y será primordial para el ser humano. Por tanto, ¿qué mayor amenaza que el hecho de que haya seres que necesiten consumirla para sobrevivir? Despierta un miedo cardinal en todos nosotros aunque sepamos que no se trata más que de otra leyenda.

Los mortales nos sabemos finitos. Esto es una obviedad pero, ¿qué ocurriría si existieran de verdad seres –carnalmente hablando- inmortales? ¿Cómo serían sus vidas? ¿Puede llegar a convertirse la eternidad en una carga que ha de soportar aquél que la detenta?

El vampiro es una criatura maldita. Maldita porque rara vez elige su destino, siendo condenado por el beso sanguinario de un semejante a una existencia que está a medio camino entre la vida y la muerte. Conserva para el resto de sus días el aspecto con el que pasa a ese otro lado incierto –más de una señora aficionada al botox mataría por ello-, pero también hereda de aquél que le transforma una agonía existencial, pues debe alimentarse de la sangre de mortales para perdurar. De este modo obtenemos lo que para un servidor ha sido siempre el villano romántico por excelencia: el nosferatu, dividido entre la propia supervivencia y la de otros, impelido por una fuerza extraordinaria de auto-conservación que no le ofrece demasiadas alternativas se enfrenta cada anochecer a una terrible angustia: tomar la vida de los que otrora fueron sus semejantes para alargar la propia y, por muy fuerte que sea su voluntad, la bestia siempre llama desde el centro de su ser animándole a sobrevivir, a ser posible, por los siglos de los siglos.

Vivir para siempre puede ser el sueño de muchos pero hay algo sobre lo que raras veces repacitamos. El que más y el que menos tiene familia, amigos, conocidos… ¿cómo afrontaríamos su pérdida? ¿De qué manera nos afectaría? Verlos envejecer sabiendo que podemos otorgarles también la vida eterna pero sin estar plenamente seguros de condenar sus almas inmortales en el proceso. Como poco, teniendo la certeza de entragarles un destino de depredación permanente. Un regalo envenenado. ¿Quién sería tan egoísta como para ejecutarlo con el único objeto de no sentirse solo? Estoy seguro de que nos ha venido alguien a la mente pero quiero pensar que esos son casos extremos, los que menos. El resto optaría por permanecer al lado de sus seres queridos, viendo como se desgastan ineludiblemente hasta desaparecer, sufriendo en silencio, observando como se convierten en polvo hasta dejarles completamente solos en un mundo que no tiene final para ellos mientras el tiempo resbala por sus frías pieles negándose a tocarles.

Si bien es cierto que también dependerá de las circunstancias del individuo en cuestión. La aceptación de todos estos hechos no encontrará el mismo comportamiento en un monje budista que haya sido convertido en vampiro, que un soldado romano, obviamente. La educación, el respeto por la vida de sus semejantes, la voluntad de vivir, las convicciones religiosas, la personalidad, la ética del individuo, la sociedad que forjó su carácter y una multitud de etcéteras influirán en el vampiro tanto como cuando éste era humano. Por ello no hallaremos dos vampiros –como no podemos hacerlo con dos personas– iguales. Semejantes entre sí, pero con la inequívoca diversidad que los diferenciaba en vida.

La inmortalidad también ofrece sus ventajas a aquellos que la ostentan. Prolonga ad infinitum el tiempo necesario para aprender, experimentar y hacerse con una miríada de conocimientos, siempre que se disponga del aliento suficiente para apartar a un lado el tedio que supone la vida eterna.

De este modo, un vampiro puede llegar a convertirse en un adversario terriblemente entrenado en múltiples disciplinas, capaz de dominar incontables artes, hablar infinidad idiomas, poseer conocimientos técnicos casi ilimitados o talentos militares que pueden abarcar desde el manejo del gladius hasta el pilotaje de cazas, dependiendo de la “edad” y de las capacidades innatas del individuo. Todo esto convierte a los chupasangre en fieros enemigos a batir. Nosotros sólo tenemos una vida para aprender. Ellos disponen de muchas. Ello se traduce en que jugamos con una tremenda desventaja pero voy más allá, siendo conocedores de lo anteriormente expresado, los cazadores no se rinden. Es esta parte de su espíritu indómito lo que he querido reflejar en el libro.

También podríamos encontrar otros individuos muy diferentes: aquellos que sí han sucumbido al tedio de la inmortalidad encontrándose, simple y llanamente, aburridos de vivir. Individuos que lo han visto todo perdiendo interés en el proceso, limitándose a ver pasar los siglos, esperando con parsimonia algo que les llame la atención, quizá un cazador que les divierta con sus juegos de protección del rebaño o puede que poniendo punto y final a su antinatural existencia. ¿Por qué no? Vividores, ególatras, hedonistas, también ellos podrían haber sido convertidos en un vástago de las tinieblas. Y ¿para qué? Para aburrirse tremendamente. Todo un desperdicio.

Conociéndome como me conozco sé que, de tener la oportunidad de vivir para siempre, no tendría un momento de solaz. Si me faltan horas al día en la actualidad –y de esto hace ya unos años-, ¿en qué no ocuparía mi tiempo de disponer de toda la eternidad? Mejor ni pensarlo. Creo que sería el primer vampiro estresado de la historia, por no mencionar la condena de ver cómo tus seres queridos te abandonan poco a poco. Observar impotente a los más jóvenes envejecer y morir sería, a buen seguro, una maldición para mí.

Sentimientos como estos son los que convierten a los vampiros en más humanos de lo que ellos estarían dispuestos a admitir y es lo que realmente los hace interesantes.

Sin duda, la insoportable inmortalidad del ser es un tema abierto a debate, así que no dudes en decirme lo que piensas. ¿Cómo sería tu vida de poseer la inmortalidad? ¿Puedes imaginarla? ¿La considerarías un don o una maldición?

Aquí esperamos tus respuestas.

Enviado por Lourdes Fernández (no verificado) el Lun, 23/02/2009 - 13:31

Ya tenía yo ganas de “incarle el diente” al vampírico asunto de la inmortalidad. Yo misma me planteo en muchas ocasiones que necesitaría varias vidas para desarrollar todas mis inquietudes, aprender lo máximo sobre todos los campos del conocimiento que me interesan, leer todos los libbros de mi interminable lista de títulos pendientes de lectura (padezco gula del conocimiento), escribir todos los libros que tengo en la cabeza o viajar a todos los lugares que me atraen… Pero uno tropieza con el escollo de la pérdida de los seres queridos y la soledad que le acarrearía esta condición.
Dejando aparte a tus vampiros, que son infectados por un misterioso virus y que no tienen otra opción, en la literatura hay muchos malos malísimos que han ambicionado la inmortalidad. Sin ir más lejos, el primer vampiro: el conde Drácula de Bram Stoker, que hizo un pacto con el diablo para hacerse inmortal. Otros villanos posteriores, como Sauron o lord Voldemort, también comparten con el padre de los vampiros su miedo a la muerte y su anhelo de inmortalidad, y por supuesto, sus ansias de poder. Y no nos olvidemos del capitán Garfio, con su fobia al paso del tiempo y su odio infinito al niño eterno, Peter Pan. Todos estos villanos tienen en común un rasgo: son incapaces de sentir afecto por nadie. Los héroes que les dan réplica, Frodo o Harry, tienen tal capacidad de amar a sus semejantes que incluso están dispuestos a sacrificar sus vidas por ellos y, por supuesto, no temen a la muerte porque aceptan que forma parte de la vida.
Así que el asunto este de la inmortalidad hay que dejárselo a villanos incapaces de desarrolllar apego hacia sus semejantes. Habrá que aprovechar el tiempo. Como dijo el poeta: “Somos el tiempo que nos queda.”

Hola, Lourdes:
 
Pues sí, como habrás podido ver en el artículo, tenemos inquietudes similares – al menos en lo que a ocupación en el tiempo se refiere -. Pero mejor no usar varias vidas para dedicarnos a todas. Mucho me temo que tendremos que conformarnos con lo que tenemos, que no es poco.
 
Yo creo que el egocentrismo tiene mucho que ver con la búsqueda de la inmortalidad de algunos de los villanos que mencionas. Y es que, aceptarse como algo finito, caduco, cuando uno se considera un ser supremo, debe ser un fastidio. ¿Un castigo anticipado por poseer un ego del tamaño de un castillo, quizá?
 
La excepción sería Sauron, que es un maia. Los maia, según Tolkien, son, en esencia, espíritus inmortales. Lo que no se puede discutir, desde luego, era su ansia de poder.
 
Y, como contrapunto, tenemos a los héroes, claro. Desprendidos hasta el punto de arriesgar su propia existencia por el bienestar de la mayoría. Una cualidad intrínseca al heroísmo bien entendido. Una enorme capacidad de sacrificio y unos valores firmes que les conducen a realizar tareas que amedrentarían al más pintado. En eso, entre otras cosas, consiste el heroísmo. Quizá debería escribir un artículo al respecto algún día.
 
En fin, gracias de nuevo por escribir. Siempre es un placer leerte e intercambiar pensamientos contigo.
 
Un saludo.

Enviado por Fran (no verificado) el Lun, 23/02/2009 - 23:19

Hola Iván:
 
La verdad es que es un buen artículo el de la Inmortalidad, y un buen tema. También es de los de difícil solución, por muy filosóficos que nos pongamos. Aunque si nos ponemos a divagar, creo que ser inmortal sería una carga que no sabríamos o podríamos llevar. Imaginar que los que queremos morirían sin remedio, que cuanto más nos aferrásemos a ellos más certeza tendríamos de que desaparecerían un día, ocasionaría que nos “deshumanizásemos”, que fuesemos seres sin sentiminentos, sin conciencia, sin miedos, sin escrúpulos…
 
Platéatelo. ¿Alguien que no puede morir y que deja en su camino a seres que le importan, no se convertiría en un monstruo real como los que describes en tu obra? El dolor es el peor de los peligros, porque convierte a uno mismo en su peor enemigo.
 
En fin… Lo que se me va la pinza cuando “filosofo”

Hola, Fran:
 
Bienvenido a éste, tu espacio. Gracias por escribir.
 
Me alegra que te gustara el artículo. Ciertamente, se trata de un tema sesudo y complicado, pero muy interesante.
 
Ser inmortales en carne y hueso – siempre hago esta puntualización, pero la considero esencial -, debe resultar insoportable. De ahí el título, tomado prestado con permiso de Milan Kundera – bueno, en realidad, sin él, pero no creo que se queje -.
 
Creo que resulta imposible versar sobre la inmortalidad sin ponerse un poco filosóficos, algo que, según veo, no te disgusta. Aunque, si te sirve de consuelo, estoy completamente de acuerdo con lo que expresas. La inmortalidad resultaría terrible y acabaría por masacrar todo lo que nos hace humanos. Quizá por eso los vampiros terminen siendo como son. No deja de resultar un punto de vista interesante.
 
Si bien el dolor es un peligro, también es un poderoso aliado – que diría cierto tipo vejete, bajito y de largas orejas -. Mira en la obra, por ejemplo, cómo ayuda a los cazadores a aferrarse a su labor fortaleciendo su voluntad y determinación. Otro tema que sería muy interesante tratar, quizá con más profundidad, en otro artículo.
 
De nuevo, gracias por tu colaboración. Ya sabes dónde tienes tu pequeño hogar en el ciberespacio.
 
Un saludo.

Enviado por Nacho (no verificado) el Dom, 08/03/2009 - 11:14

Hola Iván,
 
Ya hacía tiempo que quería dejar un comentario, y este tema de l inmortalidad me parece perfecto para hacerlo.
 
Bueno, dejando a parte a los héroes o villanos de la literatura con ansias de este “don”, creo que la discusión, en el fondo estaría precisamente en eso, es decir, en si es esta capacidad un don o una maldición. Y es que mientras sea una cuestión subjetiva, pues esto será como el culo, que decía nuestro amigo Quevedo, que cada uno tiene el suyo.
 
El caso, para mí disponer de todo el tiempo del mundo no tendría por qué ser una desventaja. Los seres queridos, desgraciadamente no siempre se van cuando se tienen que ir, accidentes de tráfico, atentados, crímenes, enfermedades… hay múltiples causas que nos pueden hacer pasar por el trance de que los seres queridos se vayan antes que uno por muy jóvenes que sean, luego, ¿por qué no vivir para siempre?
 
Particularmente a mí si me gustaría el tema de la inmortalidad, aunque sólo hay una cosa de la que no estoy seguro. La adaptación. El mundo evoluciona, las personas, los países, las culturas… muchas veces a un ritmo mucho mayor de lo que lo hacemos nosotros mismos. Como muestra un botón, ¿cuantas veces nos hemos preguntado cómo puede ser que los adolescentes de hoy en día se comporten de una forma tan distinta a cómo lo hacíamos nosotros cuando estábamos en su lugar? Pues no me puedo imaginar lo que pensaríamos al ver a los adolescentes del siglo que viene. Y con todo igual, las armas (del gladius al caza hay un trecho), la medicina (¿podría alguien del siglo XVIII ver como algo normal una operación de cirrujía estética?), la política… son muchas las cosas que pueden cambiar demasiado rápido y a las que habría que ir adaptándose.
 
Por otro lado también está el tema del cómo, es decir, vivir para siempre ¿de qué forma?, una vida placentera en nuestro primer mundo seguro que dista mucho de una vida en cualquier otro país menos desarrollado, aunque tienes toda la eternidad para remediarlo, claro….
 
Bueno, muchas vueltas se le pueden dar al tema este, pero yo por ahora lo dejo aquí.
 
Saludos

Hola, Nacho:
 
Pues me alegra que hayas escrito por fin.
 
Tienes toda la razón, el asunto de la inmortalidad da de sí para muchas reflexiones y sus múltiples repercusiones merecerían atención propia en un post. La evolución -o la adaptación a ella, mejor dicho- podría ser uno de los grandes problemas de un ser inmortal. También fundamentan la elegante decadencia y el aire caduco de siglos pasados que rodea a los vampiros y que los hace tan atrayentes. Bien es cierto que no todos los vampiros tienen siglos de antigüedad. De ello hay que dejar constancia. De hecho, y meramente desde un punto de vista práctico, los cazadores parecen temer -y con razón- a los más antiguos.
 
No tenemos la oportunidad de elegir nuestra suerte en cuanto a vida eterna -carnal- se refiere. Por tanto, no es necesaria una respuesta personal. Pero, desde luego, de poder elegir, creo que yo pasaría.
 
Un saludo, y gracias de nuevo por escribir. A ve si se trata del primer comentario de muchos.
 
Iván.