Debo comenzar diciendo que no me considero muy pro-Trump. Me parece un bocazas, un impresentable y un zafio, pero, o pero, dicho esto, también debo reconocer que su gestión de EEUU ha sido bastante buena. Su gabinete ha reducido el paro a menos del 3%, mínimos históricos, que en un país con la densidad de población de USA es una maniobra económica brillante. Ha aumentado el salario mínimo. Ha dado un nuevo empuje a las empresas y a la creación de empresas que, obviamente, son los que generan empleo y, por tanto, riqueza. Y una cosa que me encanta, Donald Trump es el único presidente que no se ha metido en un conflicto bélico. Esto, entre muchas otras cosas.
Sin embargo, ha perdido las elecciones. Con una cantidad abrumadora de apoyos entre los votantes, ha perdido las elecciones. Algo huele a podrido y, en esta ocasión, no es en Dinamarca.
Como el Sr. Trump es un bocazas, tal como aseveraba anteriormente, no dudó en cantarlo a los cuatro vientos. Como los medios de comunicación de EEUU están absolutamente vendidos, exactamente igual que sucede con la mayoría de estos en España, no dudaron en censurarlo, como también han hecho Twitter, Facebook o Youtube. Estaba alentando a la violencia, según ellos. ¿Alentando a la violencia? ¿Por decir que le han robado las elecciones? ¿Por denunciar un posible fraude electoral en la nación que se ha abanderado como la reina de la democracia? No creo que eso sea alentar a la violencia, precisamente. Alentar a la violencia sería decirle a sus partidarios que tomaran las calles a toda costa (¿le suena eso, señor Iglesias?).
Dejando esto a parte, tenemos a una mujer llamada Kamala Harris que atacó al nuevo e inmediatamente futurible presidente, Biden, con lindezas tales como que era un acosador y abusador de menores. Ahora, la buena señora, que se ve tocando sillón de vicepresidenta, no duda en decir que “eso son cosas de la campaña electoral”. El señor Biden, por su parte, tiene un currículum ciertamente oscuro, con una familia salpicada perpetuamente por el escándalo y con una cabeza privilegiada que le hace llamar a su hijo muerto al estrado de sus mítines o equivocar el nombre de su nieta. El nuevo presidente de los EEUU -el hombre más poderoso del mundo, no lo olvidemos-, está absolutamente gagá, lo que quiere decir que no será más que una marioneta de los intereses de otros, bajo la tutela de la verdadera regente, la señora Harris.
Y mientras todo esto se nos viene encima, una manada de tarados asalta el Capitolio (vale, los capitolios, pero yo voy a centrarme en el de Washington), aprovechando que en su interior se celebra la defensa por parte de ciertos estados sobre el fraude electoral.
Durante la mañana y buena parte de la tarde, una caravana de coches kilométrica se dirige al corazón político de América del Norte sin que nadie les impida el paso o tome medidas preventivas para contener semejante avalancha. Dato curioso. Hay vídeos de residentes filtrados por todo internet con las inmensas caravanas de automóviles en las carreteras yanquis. Otro asunto que despierta mis sospechas es que, aunque la policía no tiene tiempo de frenar la oleada trumpista, los medios de comunicación de toda América y también los internacionales sí tienen tiempo de asistir al lugar montando un impresionante despliegue.
Las fuerzas de seguridad no solo no frenan a los manifestantes, sino que incluso les abren las barreras y les franquean el acceso al Capitolio. Otro detalle extraño. Ya no mencionaré que incluso algunos se hacen selfies con los incursores.
La multitud llega al Capitolio y se congrega alrededor con consignas pro-Trump.
En estas estamos, cuando una mujer (esta sí que era pro-Trump) recibe un tiro en el cuello del que, desgraciadamente fallecerá prácticamente al instante. Una persona desarmada, que no estaba ejerciendo violencia alguna, recibe un tiro en el cuello. Pero aquí no protesta el Black Lives Matter. Imagino porque si eres blanco, heterosexual y exmilitar en EEUU, tu vida no vale lo mismo que la de otros. Por cierto, les animo a que busquen quién está detrás de este supuestamente bienintencionado movimiento y a que lean el perfil de sus presuntas fundadoras. No tiene desperdicio.
Este hecho parece más una ejecución que un accidente o, como poco, un asesinato a sangre fría, tanto, que deja estupefactos a los testigos más inmediatos, que no pueden dar crédito a lo que acaba de suceder y tardan en reaccionar, lo que probablemente no favorece que esta mujer pueda salvar la vida.
Entonces es cuando los medios transmiten de manera unánime la noticia de que se está produciendo un asalto gravísimo al Capitolio de Washington con un ataque violento que está arrasando el Capitolio (“trush” en términos americanos) y que las fuerzas de seguridad están repeliendo a los manifestantes.
Una de las primeras fotos que aparece en los medios es la de un asaltante con el puño en alto ocupando el sillón de la presidencia. Extraño gesto para un pro-trumpista.
Los políticos más radicales del Partido Demócrata comienzan a hacer declaraciones salidas de tono y disparatadas, hasta que aparece finalmente Joe Biden para pedir la asistencia de Trump, que había emitido previamente un comunicado en Twitter, comunicado que fue censurado por la propia red social.
Cada vez cuesta más pensar que todo esto es casual, ¿verdad?
Comienza a sonar el término “golpe de estado”. ¿Golpe de estado? ¿Acaso había una fuerza paramilitar tratando de derribar el poder establecido mediante el uso de la fuerza extrema o la violencia? Lo mismo algún periodista debería mirar en el diccionario lo que es un golpe de estado.
En ese momento, la atención informativa deja de estar en la votación del legislativo y en la congregación de los manifestantes y pasa a centrarse en las declaraciones, mayoritariamente demócratas, sobre el “golpe de estado” y sobre el estado de alarma en que se ha convertido el asalto al Capitolio, como si se hubiera declarado una nueva guerra civil. Es decir, los medios de comunicación derivan la atención de la noticia y cambian el relato de los hechos, podríamos apostar que de manera torticera.
Establishment vs. Donald Trump. Resultado, Establishment 1; Trump 0.
Al final, el Capitolio no sufrió ninguna clase de daños graves, los manifestantes son desalojados sin altercados, el legislativo da marcha atrás y concede la victoria a Biden y Donald Trump abandona la presidencia con su imagen destrozada y con ninguna posibilidad de continuar la batalla en lo relativo al fraude electoral.
En días posteriores, vamos recibiendo nuevos datos y se van filtrando nuevos vídeos que alientan aún más la sospecha de que esto no es sino una operación de falsa bandera, con anti-fascistas y miembros del Black Lives Matter infiltrados entre los manifestantes.
Después de todo lo expuesto, estas son mis conclusiones:
San Jorge es abatido por el dragón. El monstruo es demasiado poderoso, incluso para un osado boca-chancla como Donald Trump.
El poder no reside en el pueblo ni en los gobiernos, sino en una miríada de grupos cuyos intereses gobiernan el mundo y rigen su destino con mano de hierro, diciéndonos qué debemos votar, qué debemos pensar e incluso qué debemos comer o beber. Es decir, el asalto al Capitolio es una mascarada pergeñada, dirigida y perpetrada que ha servido a su propósito: ingeniería social pura y dura, a la que he dedicado ya unos cuántos artículos y cuyos enlaces os dejo al final de estas líneas.
Entre 70 y 80 millones de ciudadanos americanos quedan a merced de unas instituciones que no han estado a la altura de las circunstancias y albergando la idea de que el “we are the people” murió hace tiempo y con él, la libertad, incluyendo la de expresión.
Donald Trump fue un fallo del sistema. Fue un error que escapó al control del Establishment y que había que subsanar de alguna manera. Y vaya si lo han subsanado.
Si no me censuran por “alentar a la violencia” en Twitter y Facebook, seguiré aquí, combatiendo la mentira con lo único que puede desmontarla: la verdad.
Recordad: la verdad nos hará libres.
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